infancia y adolescencia
Trastornos curiosos XII: Síndrome de Resignación, acostumbrarse a lo insufrible.
viernes, septiembre 14, 2018
“El hombre es
vil, a todo se acostumbra”, Crimen y castigo, Fiodor Dostoievski.
Esa vileza del
ser humano, como dice Dostoievski, es en realidad una de las mejores bazas de
nuestra especie para la supervivencia y, probablemente, la llave que nos ha
permitido imponernos sobre el resto de especies animales del planeta.
Somos capaces
de adaptarnos a los cambios en el medio ambiente, en el entorno social y en
nuestro propio organismo de una forma rápida y eficaz.
Sobrevivimos a
las adversidades más insospechadas, y la capacidad de resistencia de un homo
sapiens es sin duda arte de la ingeniería natural.
La adaptación
se puede enfocar desde diversos prismas:
Adaptación morfológica
o estructural, como los nativos de alta montaña que presentan adaptaciones tales como madurar más
tarde, mayores dimensiones del tórax y tronco, por lo que tienen
mayor capacidad pulmonar, corazón de mayor tamaño, mayor difusión de la sangre
a los tejidos y menor talla.
Adaptación fisiológica o funcional, la coloración oscura de la piel al
broncearse protege al ser humano de las radiaciones ultravioleta.
Adaptación etológica o de comportamiento, aprender a cazar pequeñas piezas en
épocas de hambruna, aunque nunca antes se hubiera hecho.
Hoy hablaremos
de un curioso y devastador síndrome que afecta a los niños y jóvenes víctimas
de conflictos en su país de origen que, debido a ello, han de emigrar y se
convierten en refugiados en Suecia (se desconoce por qué se presenta exclusivamente en este país hasta el momento).
Esta afección
englobaría todos los tipos de adaptación anteriormente descritos y tiene una
causa desconocida hasta el momento.
Se llama
Síndrome de Resignación al conjunto de síntomas que desarrollan estos
individuos y que tienen como centro la apatía, pasividad total, carencia de
tono muscular, retraimiento al contacto social, ausencia de habla, anorexia,
incontinencia urinaria y ausencia de reacción a estímulos externos, incluso al
dolor.
La primera vez
que se informó de un caso de "niño apático", como inicialmente se les
llamaba, fue en 1998.
Cuando mejoraron los protocolos de detección, los
pacientes se multiplicaron, unos 400 sólo entre 2003 y 2005.
Los datos más
recientes aportados por la Junta Nacional de Salud de Suecia constatan 169
casos entre 2015 y 2016, cuando más refugiados llegaron (más de 350.000).
Para encontrar la
primera referencia científica hubo que esperar hasta 2005. Entonces, Göran
Bodegård, director de la unidad psiquiátrica para niños del Hospital Universitario Karolinska de Estocolmo, publicó un artículo en
la revista Acta Pædiatrica.
“Un querer morir en niños que no tienen de origen ni problemas físicos ni neurológicos”
Sin conocer aún
la causa de este devastador síndrome, se postulan varias hipótesis sobre su
origen, desde la reacción a un estrés intolerable, lo que provoca el colapso en
el cenit de un síndrome de estrés post traumático, hasta la puesta en marcha de
la indefensión aprendida.
Por mi parte me
inclino más hacia esta segunda hipótesis.
La indefensión
aprendida se presenta en aquel individuo que se ve sometido repetida o
constantemente a una situación de dolor, estrés o daño de la que no puede
escapar.
La primera
reacción de cualquier ser vivo ante el dolor (físico, emocional) es la búsqueda de un escape, la evitación. Tras probar todas las vías de huida disponibles sin éxito, el sujeto
deja de resistirse al daño y se deja vencer, entrando en un estado de apatía y
acatamiento que le procura la supervivencia aún en las peores condiciones.
"Es como el perro maltratado que en principio intenta desatarse de su soga y escapar, pero que cuando percibe que no hay huida posible se acurruca y sobrevive atado a la cuerda"
Los niños y
adolescentes que presentan Síndrome de Resignación han sufrido lo indecible.
Han visto el
horror de la guerra, la violencia, la crueldad humana.
Muchos de ellos han
perdido a sus familiares, han sufrido abusos y han pasado hambre y sed, han
caminado cientos de kilómetros y finalmente han llegado a Europa, a Suecia, el
refugio esperado.
Una vez llegan,
exhaustos, se dan cuenta de que no serán acogidos como seres humanos de pleno
derecho: los trámites burocráticos de inmigración les dejarán en un limbo institucional que es una forma más de
abuso.
Y ante estas
circunstancias muchos de ellos colapsan, se rinden y dejar de luchar.
"Como si todo el esfuerzo les hubiera vaciado el corazón de ganas de seguir latiendo"
Presentan un
estado casi comatoso, su cerebro se rinde, pero el organismo humano está diseñado
para sobrevivir.
Se pueden discernir algunos rasgos coincidentes en la mayoría de casos: los pacientes
suelen tener entre 7 y 18 años (antes no son tan conscientes de lo que ocurre
alrededor), van perdiendo progresivamente su salud (dejan de caminar, de
hablar, no abren los ojos, no pueden comer más que por sonda, necesitan pañales...
aunque su apariencia es de una persona sana, dormida); no son inducidos por sus
padres ni son casos fingidos como medida de presión para lograr el asilo, y los
letargos llegan a durar hasta dos años, en alguna ocasión con recaídas.
Aunque hay
algunos casos de niños recién llegados al país, la mayoría de los afectados ya
llevan muchos meses o incluso años en Suecia, van al colegio, hablan el idioma;
lo que presenta otra incógnita: ¿cuál es el detonante final al letargo?
También se sabe que estos niños sobreviven,
pero el seguimiento de los casos es desigual y no hay datos sobre su salud y
calidad de vida posterior.
Lo que si se sabe, tras casi dos décadas de estudio,
es que la atención durante la crisis y su posterior seguimiento son
fundamentales: hay que hablar, cantar, hacer fisioterapia y juegos de movilidad
y atención con los niños. Hay que proporcionarles no solo la sensación de
seguridad, sino la certeza de que están a salvo.
Quizá síndromes
como estos, tan recientes y dolorosos, sean una llamada de atención hacia la
forma en que los seres humanos estamos evolucionando como especie, llegando a
desarrollar enfermedades que son alarmas sobre el dolor, la desigualdad y la
incapacidad de convivencia en equidad entre todos los miembros de nuestra sociedad.
"Sobreviven, pero sin tener que vivir. Sin tener que seguir luchan por un sitio y por una vida digna"
Texto y fotografía: Cristina Martín.
0 comentarios
Comparte tu opinión sobre este tema!