infancia y adolescencia

Colecho: debate sobre el instinto.

viernes, marzo 12, 2021

Quiero coger a mi bebé. 
Quiero besar y acunar a mi bebé.
Quiero dormir con mi bebé.

Las madres de hoy día tienen acceso a mucha información. Muchísima información.
Con solo un toque de teclado, aparecen ante sus ojos cientos de consejos, estudios, recomendaciones, doctrinas, especialistas y de todo lo que uno pueda imaginar sobre la forma correcta de criar un bebé.

Además, cuenta con numeroso apoyo médico y familiar, social; para llevar a cabo la complicada tarea de la crianza con todos los recursos disponibles.

Pero la madre de hoy día, sobre todo la madre primeriza, suele hallar en toda esta información tantas contradicciones, supuestos que no concuerdan con el carácter de su hijo o sus propias preferencias, que más que sentirse aliviada, esa mujer acaba pensando que, haga lo que haga, lo hará mal. 
Se equivocará, hará cosas mucho peor de lo que debería y su pobre bebé pagará las consecuencias de su ineptitud.

Una de esas cosas que generan debate intenso y extenso es el sueño del bebé, o, más bien, cómo debe dormir correctamente un bebé.

¿Desde cuando hay formas correctas de dormir?
Si tienes un hijo en el siglo XXI, te aseguro que el innato acto del sueño se convierte en todo un dilema educativo para los padres

Principalmente podemos distinguir dos corrientes:
La primera prescribe que el niño ha de aprender a dormir solo, preferiblemente en su cuarto, cuanto antes mejor. Los padres cuentan con numerosas guías educativas a tal efecto, basadas todas en el condicionamiento operante y en la indefensión aprendida (dato este último que no suelen promocionar demasiado los autores del método).
Es decir, la madre ha pasado un embarazo, ha sentido a su criatura durante meses, ha pasado un parto y finalmente tiene a su hijo en brazos, y es entonces cuando ha de enseñar a esa criatura que su lugar para dormir es una cuna, en otro dormitorio si es posible, separado de ella.
Las ventajas de esta corriente educativa son obvias, los padres mantienen su independencia física a la hora de dormir, y con un poco de suerte, ese bebé les permitirá pasar noches de descanso en pocas semanas, cuando sus tomas nocturnas empiecen a ser menos regulares. Además, los expertos aseguran que el niño aprende recursos muy valiosos para dormir de forma autónoma sin necesitar el contacto de sus padres.

La segunda de estas corrientes se denomina colecho, y es lo opuesto a lo anterior: el bebé duerme con sus padres, bien en la misma cama, bien en una cuna acoplada a ésta, pero siempre con posibilidad de contacto físico y promoviendo el mismo para lograr que el pequeño duerma.
Los padres que optan por este método tienen la desventaja de que su hijo les requerirá para alcanzar el sueño y mantenerlo, lo que conlleva una evidente pérdida de autonomía para los padres y, según algunos expertos, una necesidad de apoyo para dormir en el niño.




Una vez planteadas ambas corrientes, me gustaría reflexionar sobre el asunto en particular, pero con una visión global. La madre que quiere seguir sus instintos naturales lo tiene muy complicado hoy en día, porque toda esa información de la que dispone le da pautas, muchas veces, muy alejadas de lo que su emoción le indica.

Probablemente la mayoría de las madres que están leyendo estas líneas sentían una necesidad imperiosa de acunar y besar a su hijo, de dormir junto a él y de sentir que estaba a salvo y feliz cuando lo abrazaba.
Muchas de ellas habrán sentido culpa o miedo ante la opción de seguir su instinto de protección y cuidado, al arropar a su bebé junto a ellas en la cama cada noche, pensando que lo estaban malcriando o consintiendo, y quizá provocando que su hijo no supiera dormir al crecer.

Para todas aquellas mujeres (y hombres, los padres también tienen dudas y miedos respecto a la crianza), comparto el experimento de Harlow, el investigador que en 1932, con su estudio en monos macacos, sentó las bases de la teoría del apego y de la importancia del afecto y el contacto físico en la crianza.

Estudió un grupo de crías de mono macaco que, teniendo las necesidades básicas cubiertas, ante la ausencia de sus madres mostraban comportamientos y niveles hormonales descompensados. A partir de allí, diseñó un modelo experimental donde los monos permanecían en una jaula con:

Una madre artificial de alambre, la cual proporcionaba toda la comida necesaria en un biberón.
Una madre artificial de felpa, que no brindaba ningún alimento.

Madre con comida vs. madre de felpa
Madre con comida y madre de felpa

Lo primero que se hizo evidente fue el hecho de que lo monos solo pasaban el tiempo necesario para comer con la madre de alambre y todo el resto del tiempo lo pasaban con la de felpa. Parecía que los monos satisfacían una necesidad de cuidado, afecto y protección con la madre de felpa. Esta hipótesis se afirmó con las siguientes situaciones:

Cuando se introdujo un estímulo amenazante a la jaula, los monos corrían con la madre de felpa en busca de cuidado.
Un grupo de monos que habían pasado varios meses sin volver a la jaula donde habían sido criados, al regresar iban a toda velocidad con la madre de felpa, demostrándole intenso cariño.

Los resultados anteriormente nombrados dejaron una conclusión: para los monos primaba la madre que les otorgaba protección y afecto en comparación con la que sólo los alimentaba

El experimento data de una época donde los roles de la familia tradicional prevalecían en el modelo de sociedad. Actualmente, sabemos que el apego no es excluyente de la figura materna y que la implicación del padre es un factor de extrema importancia. Estudios como los de Marrón et al. (2012) muestran cómo el apego padre-hijo tiene diversas repercusiones en el desarrollo emocional y conductual del niño.

Podemos concluir que, aquello que parte de nuestra emocionalidad, nuestro instinto, puede ser un buen consejero a la hora de abordar asuntos tan innatos como la crianza. 
Dejar que nuestros sentimientos nos guíen, dar afecto incondicional y sin mesura, sin temores infundados por especialistas y por el círculo social, influido por las tendencias de crianza del momento; puede ser un buen punto de partida para librarse de la culpa y los miedos ante el ejercicio de mayor responsabilidad de una vida, la crianza de un hijo.

Si quieres dormir abrazada a tu hijo, hazlo.
Si quieres acunarle, portearle, enseñarle el mundo en sus primeros meses desde tu regazo, hazlo.
Si quieres amamantarle y cantarle cada vez, hazlo.
Porque el amor y el afecto son siempre la mejor opción posible, nunca nadie fue infeliz por sentirse demasiado querido.


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