Psicología en la pareja y la familia

La conciencia de ser madre

martes, junio 16, 2020

Tenía miedo. 


Nunca sentí esa llamada maternal que culturalmente se nos adjudica a las mujeres desde que tenemos registros históricos. 

No me sentía incompleta, ni frustrada, ni diferente, ni especial, ni enferma, ni necesitada. 
Sentía que mi vida era plena, relajada, divertida, interesante, motivadora, completa. 
Creía que concebir un hijo que viviera en este mundo no era una gran idea si valorabas qué podría depararle su vida, y sentía sinceramente que criar era un acto de egoísmo innato, intrínseco, el fin último de toda especie disfrazado de un etnocentrismo insultante, “perpetuarnos sobre todas las cosas”. 

Temía los cambios en mi vida, en mi cuerpo, en mi cerebro. Las madres me decían orgullosas “te cambiará la vida, todo será él, tu cerebro se adaptará para criarlo”, y yo rumiaba esas sentencias aterrada, sin entender cómo podían ofrecérmelas como aliciente. 

Temía el dolor del parto, las hormonas fluyendo a raudales por mis venas descolocando mi percepción del mundo, la barriga inmensa moviéndose con otro ser dentro. 

A pesar del miedo, sucedió. 

https://drive.google.com/uc?export=view&id=1Yi4xguGs70_OjQuvfTOOMLEqwC3v8_jB

Mi embarazo no fue fácil, mi parte racional seguía dudando de la capacidad de mi cuerpo y de mi mente para afrontar el nacimiento. 

Temía no querer a mi hijo. 

El día que nació lloré mucho; lloré al verlo, al sentirlo contra mí y al encontrarme con su mirada clavada en la mía. 
Fue abrumador, no estaba preparada para sentir algo así y mucho menos después de toda mi reticencia a creer en ese instante mágico

Pero es la naturaleza, sabe lo que tiene que hacer para que todos sigamos aquí. 

Nunca me había sentido tan cerca de mi propio instinto. 
A veces siento que los besos no son suficientes y lamería a mi cachorro. Lo huelo constantemente, lo llevo pegado a mí y su peso no me pesa. 
Su llanto me asusta porque me enloquece su sufrimiento, y los cambios en mí que tanto temía se van difuminando al ritmo que él crece, como si ambos nos fuéramos transformando en seres independientes ligados por un amor irracional. 

Ahora entiendo el discurso romántico que envuelve la maternidad. Entiendo las miradas de condescendencia de las madres al escuchar mis miedos. Comprendo el famoso “te compensa todo”, que tanto chirriaba en mi intelecto. Entiendo el poder que siente una mujer al parir, y cómo te cambia para siempre ser consciente de tu fuerza. 

Quizá el no esperar la belleza de esta experiencia me está haciendo sentirla más intensamente, como quien nunca comió azúcar y un día prueba el chocolate. 

Se que hay cientos de mecanismos cerebrales emborrachándome de amor y fuerza en estos momentos, pero la implicación emocional va más allá de lo que podemos plasmar en un estudio neuropsicológico. Es algo que está dentro de todas las madres de todas las especies de este planeta, y es aquello que nos hace vivir por otro con la felicidad completa de quien da todo por puro amor. 

You Might Also Like

14 comentarios

  1. Me ha gustado mucho tu texto Cristina. Creo que es un fiel reflejo de todas aquellas mujeres que no nacen con la adoración y la mentalidad innata de ser madres. Bravo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, me alegra haber conseguido transmitir otro enfoque del proceso de maternidad.

      Eliminar
  2. Los pelos de punta, Cris. Has transmitido de una forma bellísima el proceso de una madre que no sentía la llamada del instinto, y cómo te cambia la vida. Preciosísimo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Paloma, es un proceso distinto para cada mujer y enriquecedor el poder leer experiencias diversas.

      Eliminar
  3. Preciosa manera de contar una experiencia maravillosa que muchas veces no sabemos expresarla con palabras

    ResponderEliminar
  4. Muy bonito Cristina, me alegro que disfrutes de tu cachorrito y de todo lo que está por venir y sobretodo de volver a saber de ti. Muchos besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias! No aparece tu nombre en el comentario, pero puedes contactarme cuando quieras por Instragram o Facebook en Personalidad Experimental para cruzar mensajes :)

      Eliminar
  5. Es un relato precioso y me siento identificada totalmente, yo tampoco era de las que pensaba en tener hijos y son mi tesoro más valioso.

    ResponderEliminar
  6. Nunca he deseado ser madre ni tampoco se han dado las circunstancias propicias para que dicho anhelo floreciera. Sin embargo, todo ese sentimiento que describes es el que siento por mi gata.

    A veces me emociono de la ternura que siento solo con mirarla. La tomo en brazos y no puedo dejar de olerla, y el amor es tan inmenso que los besos no resultan suficientes (y aquí, en secreto, confesaré que en mi caso si llego a lamerla un poquito a veces, jaja).

    Sé que no es como una persona, pero es un ser vivo encantador con el que, además de tener mucha comunicación (entiende decenas de palabras), siento una conexión muy especial. Lo malo es que tiene ya tiene 17 años y sé que tengo que ir haciéndome a la idea de que pronto ya no estará a mi lado.

    Bueno, voy a pasear un poco por tu blog, que lo acabo de descubrir y tiene pinta de ser muy interesante. ¡Un saludo!

    ResponderEliminar
  7. Precioso. Me he sentido casi completamente identificada. Creo que nunca he comentado en un blog, pero he tenido que hacerlo. Tengo los ojos vidriosos y se me cae la baba mirando a mi bebé. Gracias por compartirlo.

    ResponderEliminar

Comparte tu opinión sobre este tema!

SUBSCRIBE

Like us on Facebook