Sobre la nostalgia y el presente.
La
pausa
Hace un calor terrible para ser Febrero.
Recostada en la silla de mimbre, en un ángulo
perfecto para que el sol se desparrame sobre ella, sube un poco más la camiseta
de algodón, dejando la tripa convexa y brillante expuesta.
Rompe la pausa una voz afilada que llega desde una
ventana sobre ella.
-
¡La
cocina, la cocina! ¡Fuego! – Una mujer atraviesa el umbral del portal en
pijama, con un pie descalzo y el teléfono apretado contra la oreja, sin
prestarle atención en su huida.
El olor a aceite quemado y la flama en llamas caen
como una cascada, obligándole a salir del tedio, cubriéndose de nuevo la tripa,
recuperando la compostura.
Contempla el juego de luces y nubes opacas, los
brazos incandescentes abrazando la ventana y trepando con vehemencia sobre la
fachada.
El olor se cuela en sus poros y trae recuerdos
extraños, de veranos apagados y campo amarillo y horizontes en líneas
interminables.
Como para compensar este terrible calor de Febrero,
por sus piernas se derrama un caudal ligero y tibio, en el mismo momento que
escucha tronar la sirena de bomberos al final de la calle.
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