En las
últimas décadas se ha producido un auténtico giro en el modo de enfocar la
paternidad y crianza de los hijos.
En las
sociedades occidentales el desarrollo económico ha promovido un cambio
estructural en la sociedad desde su misma base, el núcleo familiar.
El
desarrollo exponencial de la tecnología, que ha llevado aparejado un avance
científico, cultural, económico y social sin precedentes, ha tenido
consecuencias innumerables, y entre ellas el concepto de paternidad y crianza
no ha salido indemne.
Hace
apenas 50 años en Europa la mayoría de la población no tenía acceso ni
educacional ni farmacéutico a los métodos anticonceptivos, lo que daba lugar al tener un control mínimo de la natalidad y la mayoría eran familias numerosas donde los pequeños eran considerados mano de obra y apoyo
logístico para el resto de la familia; sin cuestionar aquí los lazos
emocionales entre padres, hijos y hermanos, pero si enfocando hacia la idea
fundamental del artículo, que es el cambio en la forma de crianza de los seres
humanos.
En la actualidad el protagonista indiscutible de la familia ha pasado a ser el niño, el hijo.
Se ha
producido gran cantidad de investigación psicosocial y antropológica sobre los
patrones familiares, en un intento de establecer unos parámetros de
entendimiento que faciliten la crianza y consigan el desarrollo de individuos
sanos psicológicamente.
Los
padres de hoy en día se ven realmente condicionados por el afán de ser
magníficos progenitores y criar hijos casi perfectos, aplicándose al máximo y
poniendo a sus hijos en el centro de sus vidas.
Es
difícil no caer en esta dinámica, no ceder ante la presión cultural que impone una
devoción absoluta por nuestros descendientes y una exaltación constante de las
emociones positivas que ha de generar la paternidad (olvidando que en la paternidad también, como en el resto de facetas del ser humano, se producen emociones como tristeza, ansiedad o frustración que no son incompatibles con ser un buen progenitor).
Lo cierto es que convertir a nuestro hijo en el centro de nuestro mundo no nos hace mejores padres.
Es más,
no es saludable la búsqueda de la fórmula perfecta en la crianza, pues esto sólo
produce frustración y malestar al chocar de frente con la realidad de la
relación compleja e individual en cada núcleo familiar.
No hay un modelo perfecto para que nuestro hijo duerma, o coma, o aprenda a caminar o a hablar mejor o más saludablemente.
Debemos
escuchar a nuestra naturaleza, dejar que la relación con el hijo surja y se
establezca de forma bidireccional, entender que no hay perfección en el
aprendizaje, ni padres o hijos perfectos, y que equivocarnos no supondrá un
fracaso vital, sino una oportunidad de crecimiento conjunto.
De la
ingente investigación en esta área surgió la Teoría del Apego, publicada por John
Bowlby (1907-1990) y desarrollada tras realizar
un experimento en el que los bebés, acompañados de sus madres, permanecían en
una habitación junto con ella y el experimentador; y en un momento dado su
madre abandonaba la sala.
De la
observación de las diferentes reacciones emocionales y comportamentales, se dedujeron
cuatro tipos fundamentales de apego:
- Apego seguro: Se da en el 65% de los bebés. Los bebés con este tipo de apego exploran de forma activa mientras están junto a la figura de apego, y pueden intranquilizarse visiblemente cuando los separan de ella. A menudo el bebé saluda a la figura de apego con afecto cuando regresa, y si está muy inquieto, tratará de entrar en contacto físico con ella. Estos bebés son sociables con extraños mientras la madre está presente.
- Apego resistente: Se da en un 10% de
los bebés. Los bebés con este tipo de apego tratan de mantenerse cerca de
la figura de apego y exploran muy poco mientras ella está presente. Se
inquietan mucho cuando ésta se marcha, pero cuando regresa su reacción es
ambivalente: permanece en su cercanía, pero pueden resistirse al contacto
físico con ella mostrándose molestos por el abandono. Se muestran
sumamente cautelosos con los extraños, aún en presencia de la figura de
apego.
- Apego evasivo: Se da en un 20% de los
bebés. Los bebés con este tipo de apego muestran poco malestar cuando son
separados de la figura de apego y generalmente la rehúyen cuando regresa
aunque ésta trate de ganar su atención. También son ambivalentes con los
extraños, a veces sociabilizando sin problemas y en otras ocasiones
ignorándolos.
- Apego desorganizado/desorientado: Se
da entre un 5 y un 10% de los bebés. Es una combinación de los patrones de
apego resistente y apego evasivo. El bebé puede mostrarse confuso
permaneciendo inmóvil cuando la figura de apego regresa tras abandonar la
habitación o acercarse para luego alejarse de forma abrupta a medida que
la figura de apego se aproxima.
Es evidente la implicación a largo plazo del desarrollo de un tipo u otro de apego en la infancia, pues según la Teoría del Apego, las futuras relaciones interpersonales, creencias sociales y desarrollo emocional siguen una línea de continuidad con el apego mostrado en la infancia.
En el afán
investigador, un científico en la década de los años 70, Harry Harlow, decidió ir un paso más allá y proceder a la
experimentación con monos, dando lugar a una serie de deducciones interesantes,
desconcertantes y relevantes sobre el desarrollo de la socialización en
animales.
En el vídeo
adjunto podéis descubrir experimentos de Harlow y otros científicos, para aquellos
que quieran conocer más sobre el tema.
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