Sólo quiero que me quieran
lunes, febrero 23, 2015
Sentirse
amado, querido, parte de un grupo, aceptado, valorado.
Es una
necesidad básica del ser humano.
No es
propia de nuestra especie, podemos observar esta tendencia en otros grupos
animales, ya sean homínidos u otro tipo de especies (delfines, elefantes,
lobos, leones, tortugas, leones marinos, etc).
Desde
el punto de vista evolutivo tiene una función para la supervivencia, de ahí que
se manifieste en tantos grupos a lo largo de los tiempos y de la geografía.
Cuando
un individuo actúa sólo en la naturaleza, depende de sus propios recursos para
subsistir, para defenderse y encontrar alimento, para criar a sus descendientes
o para construir y vigilar su madriguera.
Son
muchas las ventajas de la convivencia grupal, pues multiplica las posibilidades
de éxito de todos cuando cada uno aporta su esfuerzo al bien común.
Los
homo sapiens y sus antecesores nunca fueron una especie especialmente preparada
para la supervivencia gracias a sus atributos físicos: no éramos (ni somos)
especialmente fuertes, ni veloces, ni poseemos caparazón o tupido pelaje para
aislarnos, incluso nuestras crías son las más indefensas de la naturaleza
(ningún bebé humano es capaz de ponerse en pie y huir de un depredador hasta
bien entrada la infancia).
Evidentemente
necesitábamos algún recurso como especie para sobrevivir al resto.
En esta
necesidad radica la tendencia a la agrupación, multiplicábamos así las
oportunidades de salvar la vida.
Desde este
prólogo ancestral llegamos a nuestros días, donde portamos la misma improntagenética que nos empuja al grupo, que nos lleva a ansiar el reconocimiento de
los demás, a ganarnos un puesto en la jerarquía social que nos rodea (muchos
grupos sociales diferentes comportan muchas jerarquías a las que pertenecer: la
oficina, la familia, el grupo de amigos del cole, el grupo de baile, etc.) y
nos presiona de forma inconsciente con la necesidad de ser amados y reconocidos
como individuos valiosos.
Desde esta
necesidad ancestral llegamos en nuestros días a la dependencia emocional, definida
como la necesidad de pertenencia al grupo, de aceptación por el otro; por
encima incluso del propio bienestar.
Y aquí
es donde tenemos el problema.
El individuo
que prioriza el que otro le acepte a cualquier precio, que acata
comportamientos que van en contra de su propio beneficio emocional con el fin
único de no “fallar” al otro o de ser incluido en un grupo social sufre
dependencia emocional.
Todos
tenemos algo de dependientes, he querido explicarlo al inicio de este artículo;
pero es solo aquella persona que sufre u obtiene pérdidas emocionales en lugar
de beneficios al tratar con los demás el que tiene un problema de dependencia
emocional.
Saber
definir las necesidades propias y no permitir que el ansia de aceptación, de
cariño, de amor, de compañía nos ciegue ante actitudes vejatorias o
inconsistentes con nuestro propio bienestar nos evitará relaciones infelices
con el otro, y en los peores casos situaciones de dominancia emocional y
maltrato psicológico.
Es
necesario reflexionar sobre nuestras relaciones sociales y sentimentales
(incluyo aquí a las familiares) para localizar roles negativos o tendencias
dependientes.
Recuerda
que todos somos un compendio de características diversas y emociones
particulares, pero si algo de lo que sientes, piensas o haces te crea malestar,
sufrimiento emocional o tristeza, puedes recurrir al consejo del experto para
que con su ayuda puedas localizarlo y manejarlo.
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