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Experimento de Milgram: autoridad y dolor.

viernes, mayo 22, 2015

Los seres humanos tendemos a creer (o incluso nos sentimos convencidos de ello) que ante una situación de conflicto que implique sufrimiento ajeno, la mayoría de las personas que conocemos, incluidos nosotros mismo (¡por supuesto!) actuarían de la forma más benévola posible siendo fieles a su ética con el fin de evitar el daño a los demás.


Probablemente las grandes religiones del mundo surgieron para intentar difundir esta moralidad humana considerada intrínseca, y que por lo que conocemos a través de los relatos históricos, poco tiene que ver con el comportamiento real de los humanos en sociedad, sobre todo cuando está en juego la pertenencia al grupo, y más aún cuando se trata de supervivencia y consolidamiento del poder.

A pesar de que los hechos contradicen las expectativas, o ideales románticos personales, tuvo que producirse un genocidio que diese la vuelta a la concepción de la naturaleza humana para que empezara a plantearse la posibilidad de que cualquier persona, en determinadas circunstancias, puede convertirse en un monstruo contra sus semejantes.

El Holocausto, el genocidio llevado a cabo en gran parte de Europa en el que aproximadamente seis millones de judíos fueron asesinados por el régimen nazi bajo el mando de Adolf Hitler y sus colaboradores entre 1941 y 1945, fue el punto de partida para la reconceptualización de la ética subyacente de los seres humanos.

Tras el final de la guerra, se impulsaron cientos de investigaciones en busca de la explicación a tal barbarie y a los correlatos psicológicos asociados.

Una de las principales fue El experimento de Milgram, fue una serie de experimentos de psicología social llevada a cabo por Stanley Milgram, psicólogo en la Universidad de Yale, y descrita en un artículo publicado en 1963 en la revista Journal of Abnormal and Social Psychology bajo el título Behavioral Study of Obedience (Estudio del comportamiento de la obediencia) y resumida en 1974 en su libro Obedience to authority. An experimental view (Obediencia a la autoridad. La perspectiva experimental). 



El fin de la prueba era medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad aún cuando éstas pudieran entrar en conflicto con su conciencia personal, e intentaban demostrar hasta qué punto cualquiera de nosotros puede actuar en contra de su propia moral bajo órdenes de la autoridad.
Milgram ideó estos experimentos para responder a la pregunta: ¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes? ¿Podríamos llamarlos a todos cómplices?
A los sujetos de Milgram se les dijo que ellos serían maestros de un aprendiz que se encontraba en un cubículo aparte (colaborador del experimento), y que su misión era darles descargas si él o ella emitía una respuesta errónea ante un cuestionario predeterminado, y eran obligados a elevar el nivel de la descarga si el aprendiz continuaba dando respuestas incorrectas.

Evidentemente, por razones éticas (valga la redundancia) Milgram hizo creer a los supuestos maestros que daban descargas eléctricas reales a los aprendices, que en realidad eran actores parte del experimento; Milgram quería valorar hasta qué punto llegaban los sujetos a supeditarse a la autoridad aún escuchando a un semejante sufriendo por su obediencia.


Para asombro de los investigadores, sin importar los gritos y llantos de los aprendices escondidos (lo que el participante escuchaba era en realidad una grabación de gemidos y gritos de dolor. Si el nivel de supuesto dolor alcanzaba los 300 voltios, el aprendiz dejaría de responder a las preguntas y se producirían sonidos de estertores previos al coma), los sujetos continuaron aplicando fuertes descargas si se les ordenaba hacerlo por el experimentador, su autoridad directa. 
Continuaron, incluso cuando se les avisó de que habían dejado inconscientes a los aprendices.
¿La conclusión? Parece los humanos somos fácilmente permeables a apartar consideraciones morales y éticas cuando una autoridad nos ordena que así lo hagamos.

Milgram resumiría el experimento en su artículo "Los peligros de la obediencia" en 1974 escribiendo:

"Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio".

Stanley Milgram. The Perils of Obedience (Los peligros de la obediencia. 1974)

Podemos reflexionar sobra las implicaciones que este resultado conlleva:

-          ¿Tenemos ética por naturaleza, o más bien somos manipulables y supervivientes ante todo?
-          ¿Todos seríamos capaces de hacer sufrir a otro ser humano ante circunstancias que así lo requieran?
-          ¿Cuál sería la clave psicológica o cultural capaz de regular o compensar este rasgo para evitar crímenes contra la humanidad?
Quizá la sensación de seguridad entre nuestros congéneres sólo sea un fantasma creado por la propia naturaleza social que nos permite continuar viviendo con el convencimiento de que estamos fuera de peligro.
Dejo un interesante vídeo del programa Redes de TV2, para aquellos que quieran profundizar en el tema.





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